Quizá haya sido la primera vez que Madrid sufre atascos a las cuatro o cinco de la madrugada. Pero nadie se puso de mal humor. Al revés: reinaba la alegría. Esto es lo que ocurrió durante la celebración de la "Noche en blanco", una iniciativa del Ayuntamiento que ha promovido 240 actos culturales por todo el casco urbano.
La "macrofiesta" arrancó a las 21.30 horas del pasado sábado con el ruido y los destellos que provocaron los fuegos artificiales de la plaza de Cibeles. El eje Prado-Recoletos fue la zona más concurrida. Miles de personas se fueron concentrando alrededor del Museo del Prado, el Thyssen, el Reina Sofía, el Palacio de Telecomunicaciones, el Banco de España, el cuartel general del Ejército de Tierra, el edificio de la Bolsa, la Biblioteca Nacional, el Palacio de Linares, el Palacio Real, la calle de las Huertas, el parque del Retiro, el Jardín Botánico o el Teatro Real, con el fin de poder participar en las actividades que estos edificios y espacios públicos habían programado.
«A mí, particularmente, lo que más me ha impresionado ha sido ver la alegría de la gente paseando por las calles; parecía que estaban descubriendo su propia ciudad», manifestó la concejala de las Artes del Ayuntamiento, Alicia Moreno.
Diez horas -hasta las 7.30 de la mañana- duró una "Noche en blanco" que parecía una rememoración de las grandes "movidas" de los años ochenta. Uno de los puntos de mayor afluencia fue el Teatro Real. Cientos de noctámbulos aguardaron cola durante más de una hora para ver las entretelas del coliseo, como su caja escénica o la maquinaria que hace posible los cambios de decorados. Cerca de allí, en el Palacio Real, se organizaron conciertos en torno a su recién restaurado órgano. En el jardín que une los históricos edificios, un grupo de mimos amenizó el paseo de los transeúntes.
En la calle de las Huertas (dentro del llamado barrio de las Letras, una zona peatonal donde se concentran decenas de "pubs"), varios funámbulos y volatineros realizaron coreografías deslizándose por cuerdas y trepando por las fachadas. A pesar del ambiente -más bien fresco- se veía a gente de todas la edades: pandillas de jóvenes, familias, ancianos e incluso niños. Y coches, un sinfín coches, atrapados sin prisas en medio del bullicio.
La "macrofiesta" arrancó a las 21.30 horas del pasado sábado con el ruido y los destellos que provocaron los fuegos artificiales de la plaza de Cibeles. El eje Prado-Recoletos fue la zona más concurrida. Miles de personas se fueron concentrando alrededor del Museo del Prado, el Thyssen, el Reina Sofía, el Palacio de Telecomunicaciones, el Banco de España, el cuartel general del Ejército de Tierra, el edificio de la Bolsa, la Biblioteca Nacional, el Palacio de Linares, el Palacio Real, la calle de las Huertas, el parque del Retiro, el Jardín Botánico o el Teatro Real, con el fin de poder participar en las actividades que estos edificios y espacios públicos habían programado.
«A mí, particularmente, lo que más me ha impresionado ha sido ver la alegría de la gente paseando por las calles; parecía que estaban descubriendo su propia ciudad», manifestó la concejala de las Artes del Ayuntamiento, Alicia Moreno.
Diez horas -hasta las 7.30 de la mañana- duró una "Noche en blanco" que parecía una rememoración de las grandes "movidas" de los años ochenta. Uno de los puntos de mayor afluencia fue el Teatro Real. Cientos de noctámbulos aguardaron cola durante más de una hora para ver las entretelas del coliseo, como su caja escénica o la maquinaria que hace posible los cambios de decorados. Cerca de allí, en el Palacio Real, se organizaron conciertos en torno a su recién restaurado órgano. En el jardín que une los históricos edificios, un grupo de mimos amenizó el paseo de los transeúntes.
En la calle de las Huertas (dentro del llamado barrio de las Letras, una zona peatonal donde se concentran decenas de "pubs"), varios funámbulos y volatineros realizaron coreografías deslizándose por cuerdas y trepando por las fachadas. A pesar del ambiente -más bien fresco- se veía a gente de todas la edades: pandillas de jóvenes, familias, ancianos e incluso niños. Y coches, un sinfín coches, atrapados sin prisas en medio del bullicio.
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