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Varios encantadores de serpientes muestran a los turistas su espectáculo en la plaza Djemaa El Fna de Marraquech. Estos espectáculos que conforman uno de los muchos reclamos del celebérrimo enclave de la ciudad de Marraquech encubren, a juicio de los ecologistas, un sufrimiento innecesario para estos reptíles. El llamamiento promovido este mes por el Grupo de Estudio y de Observación para la Salvaguarda de Animales Salvajes y Ecosistemas (GEOS) aboga por boicotear esos números tanto en Marraquech como en todo el país e insta a los turistas a denunciarlos y a no ser cómplices de "torturas gratuitas" presentadas como arte local.
Encantadores de serpientes o impostores de un arte tradicional, los artistas callejeros que embaucan con su música y reptiles a los turistas de la plaza Djemaa El Fna podrían tener sus días contados tras el boicot lanzado por grupos ecologistas para denunciar el maltrato animal. Esos espectáculos que conforman uno de los muchos reclamos del celebérrimo enclave de la ciudad de Marraquech encubren, a juicio de los ecologistas, un sufrimiento innecesario que se sirve del desconocimiento de los curiosos para proseguir un negocio que "contribuye al empobrecimiento de los ecosistemas del país".
El llamamiento promovido este mes por el Grupo de Estudio y de Observación para la Salvaguarda de Animales Salvajes y Ecosistemas (GEOS) aboga por boicotear esos números tanto en Marraquech como en todo el país e insta a los turistas a denunciarlos y a no ser cómplices de "torturas gratuitas" presentadas como arte local.
Detrás de un discreto grito de alerta lanzado a través de Internet, y que ha ido sumando adeptos a nivel nacional e internacional, figura Michel Aymerich, presidente y fundador de esa institución francesa, que junto con el entomólogo Michel Tarrier ha hecho de esa causa una de sus principales luchas.
Ambos denuncian que la manipulación "sistemática" y la falta de cuidados que padecen esos reptiles los condenan a una muerte segura en apenas unos meses, tras haber sido privados de una correcta alimentación y de haber sido obligados a adoptar posiciones de defensa "absolutamente" estresantes para el animal.
Su combate se dirige también contra los conocidos como "aïssaua", integrantes de una cofradía religiosa con grandes conocimientos de esos reptiles pero que con su captura de los mismos para venderlos después constituyen, según GEOS, "una amenaza contra destacadas especies en vías de extinción".
Así lo indica a Efe Aymerich, quien pese a admitir que "forman parte de una tradición" sostiene que "hay muchas tradiciones en el mundo que se han abolido cuando el país ha evolucionado", por estar basadas en prácticas intolerables que no se tienen por qué respetar.
No hay cifras concretas que respalden la denuncia de ese grupo ecologista con respecto a la disminución del número de cobras o víboras del desierto, sino un trabajo de campo en el hábitat natural de esos animales y en donde, desde su propia constatación y la de los habitantes de la zona, se permiten subrayar que la regresión es "innegable".
Conscientes de que compaginar el mantenimiento de los números mostrados en la plaza con la garantía de los derechos de esos reptiles es "imposible", las alternativas propuestas por Aymerich y GEOS se dirigen a un "reciclaje" laboral de los "aïssaua" y del resto del colectivo que vive de esa actividad.
Entre las propuestas se encuentran la de trabajar en el sector del ecoturismo en calidad de guías naturalistas, participar en escuelas y universidades para comunicar su saber sobre esas especies o hacerlo en centros de conservación donde se respeten las necesidades vitales de las serpientes.
Faltan el dinero y el compromiso de las autoridades para llevar a cabo esas reformas y otras como la transformación en parque natural del antiguo fuerte militar "Bou Jérif", a 45 kilómetros al oeste de la región septentrional de Guelmim, para garantizar la supervivencia de estos reptiles en un paraje protegido, pero de momento se congratulan de haber despertado algunas conciencias.
La atención se dirige además no sólo a las serpientes, sino también a los lagartos, tortugas, monos y aves rapaces que desde primera hora de la mañana, cuando la plaza comienza a desperezarse y a acoger a los primeros turistas, se integran en el controlado ajetreo del lugar para regocijo o estupor de los visitantes.
Prometen por eso no rendirse hasta ver ejecutadas sus ideas, empujados por la "cólera" que les produce el ver que esas "abominaciones" siguen impunes, ante la mirada de unos policías que al ser preguntados sobre la legalidad de esa práctica aseguran que está permitida e incitan a observarla de cerca y a llevarse una fotografía de recuerdo.
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