En Estambul, en la calle Voyvoda se dice que hay algo enterrado. Nadie sabe dónde, nadie sabe cómo pero se intuye su presencia.
La calle es larga, semidesértica y sin apenas comercios que le insuflen algo de vida. Tanto en horas diurnas como en nocturnas, se cuentan con los dedos de la mano las personas que atraviesan la Voyvoda Caddesi de Estambul, una de esas vías que, parece, no llevan a ningún lado, una calle muerta sólo transitada por los vecinos que la habitan.
Curiosamente, ningún cartel o placa nos recuerda el lugar en el que nos encontramos. Basta recorrer la Voyvoda de arriba abajo para percatarse de ello y esbozar una mueca de perplejidad: primero porque los turcos cuentan con una calle, ésta, dedicada a la memoria de sus más encarnizados enemigos, los voivodas que gobernaron los parajes balcánicos y con los que mantuvieron cruentas luchas por el territorio. Segundo, porque el callejón en cuestión parece haber sido marginado, sumido en los pozos del olvido más absoluto.
El más conocido de esos voivodas fue, sin duda, Vlad IV, soberano de Valaquia, apodado por algunos Tepes (el empalador) y por otros Drácula (diminutivo de Dracul que viene a significar el diablo o el dragón). Aunque no bebía sangre ni lucía afilados colmillos -pero sí un espigadísimo mostacho-, Bram Stoker se inspiró en su genio y figura a la hora de crear el Drácula que todos conocemos. De Vlad IV sabemos que fue un valiente y un estratega nato pero también un sádico. Ganó batallas con apenas cuatro amigos a su lado y en todas aquellas en las que venció, cumplió un macabro ritual que le haría famoso: el empalamiento de los moribundos, ya fueran éstos mujeres, hombres o niños. Los húngaros y, sobre todo, los turcos fueron las principales víctimas de su sadismo, de ahí que, paradójicamente, Estambul cuente con una calle - escondida y olvidada, cierto, pero una calle al fin y al cabo- en su honor.
La explicación a este desbarajuste la encontramos en los días posteriores a la muerte de Vlad IV, a finales de 1476, cuando el voivoda de Valaquia perece en el campo de batalla, a manos de sus enemigos acérrimos, los turcos. Tales habían sido los sinsabores que inflingió a los otómanos que éstos optaron la vía de la humillación: cortaron su cabeza y la expusieron varios días en las murallas del palacio Topkapi de Estambul. El cuerpo, mientras tanto, viajó a su patria donde recibió sepultura con honores.
La cabeza fue enterrada en algún lugar de Constantinopla. ¿Dónde, cómo y cuándo? Nadie lo sabe con certeza, aunque todo el mundo se lo imagina y las leyendas populares conspiran para hacer de esta versión la historia oficial: la cabeza del Drácula se encuentra en la Voyvoda Caddesi, la calle muerta a la que nos referíamos. O, aún mejor, la calle no-muerta. Cuidado cuando la recorra, trate de no meter ruido.