- • Joyce McKinney drogó, secuestró y ató a su cama a un misionero en Inglaterra
- • "Eso es basura, no soy yo", afirma la norteamericana sobre la rocambolesca historia
- Bernann McKinney, con uno de los perros clonados. Al lado, la foto de su ficha policial. Foto: AP
JUAN RUIZ SIERRA
MADRID
MADRID
La rocambolesca historia de Joyce McKinney --que ahora se hace llamar Bernann McKinney-- parece salida de una película de Russ Meyer, una de esas en las que hay mujeres superdotadas que causan terror en la carretera y abusan de cuanto hombre se cruza con ellas, pero con un último vuelco argumental tan inverosímil que hasta el cineasta adicto a los pechos imposibles hubiera descartado. Solo que aquí todo es más real. Según los registros de Carolina del Norte, su estado natal, y las declaraciones de varias conocidos, McKinney, la norteamericana a la que se vio hace unos días abrazando y besando a sus cinco cachorros pitbull --los primeros perros clonados con fines comerciales-- es la misma mujer que 30 años atrás, cuando residía en el Reino Unido, secuestró a un misionero mormón, lo encadenó a una cama y le obligó durante días a tener sexo con ella. La mujer, sin embargo, lo único que ha dicho al respecto es:
"Eso es basura, no soy yo".
UNA BELLEZA
Año 1977, el pueblo de Ewell, al sur de Gran Bretaña. Kirk Anderson es un joven nacido en Utah, el estado de los mormones. Viste con pantalón negro, camisa blanca y corbata y está en Inglaterra porque tiene una misión: llamar a los timbres de las casas para que le dejen entrar y predicar la palabra de Joseph Smith, fundador de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. McKinney es una antigua animadora deportiva. Ha ganado algún concurso de belleza de nivel medio, pero ahora ha atravesado el Atlántico y está en Ewell.
Cuando ambos se cruzan, ella saca una pistola y le encañona. Con la ayuda de un amigo, llamado Keith May, la mujer que ahora ha vuelto a hacerse famosa droga al misionero con cloroformo, lo mete en su coche y conduce cientos de kilómetros, hasta una finca alquilada del siglo XVII situada en Devon. Allí, el pobre mormón ve cómo lo encadenan a una cama, con una pierna esposada a cada esquina inferior del lecho. Durante días, McKinney le fuerza a tener sexo con ella, hasta que Anderson consigue escaparse y sale corriendo de la casa. La violadora dirá después que lo único que pretendía era tener un hijo, algo que no consiguió, de la misma forma que ahora solo quería a cinco cachorros que fueran idénticos a su queridísimo pitbull Booger, fallecido en el 2006.
DISFRAZADA DE MIMO
Aquí las cosas se ponen aún más extrañas. El misionero, recién salido de la cama de los horrores, alerta a la policía, que peina Devon y acaba dando con la mujer y su compinche. Mckinney pisa la cárcel, pero tres meses después sale en libertad provisional bajo fianza por su delicado estado mental. Y es entonces cuando vuelve a juntarse con su cómplice y los dos dejan el Reino Unido rumbo a Canadá disfrazados de mimos. Tres años más tarde es detenida en Utah, donde había regresado el misionero, por haberle acosado de nuevo.
Como recordaba ayer Ian Cobain en el Guardian, el suceso fue un "sue-
ño hecho realidad para los tabloides". "Un caso de esclavitud sexual mormona", tituló el Daily Mail. El Daily Mirror optó por el más literario "McKinney y el mormón encadenado". Pero la historia habría quedado ahí, como un suceso casi olvidado que escandalizó a los británicos tiempo atrás, de no ser porque hace una semana la mujer empezó a conceder entrevistas para hablar de sus flamantes cachorros clonados.
Los primeros que dieron con el nexo entre la oronda mujer que ahora besuqueaba a sus perros y la atractiva rubia que secuestró y violó a un misionero hace 30 años fueron los periodistas del Daily Mail.
"¿Es usted de verdad Joyce McKinney?", le preguntaron por teléfono.
"¿Me va a preguntar por mis perros o no? Porque solo estoy dispuesta a hablar de eso", contestó ella.
Los científicos surcoreanos que clonaron al pitbull le cobraron a McKinney 33.000 euros, un tercio de su tarifa normal, porque ella se prestó a difundir el exitoso experimento en los medios, pero es difícil que el laboratorio fuera consciente del tipo de publicidad que el asunto iba a traer consigo. McKinney podría ser ahora extraditada al Reino Unido.
"Eso es basura, no soy yo".
UNA BELLEZA
Año 1977, el pueblo de Ewell, al sur de Gran Bretaña. Kirk Anderson es un joven nacido en Utah, el estado de los mormones. Viste con pantalón negro, camisa blanca y corbata y está en Inglaterra porque tiene una misión: llamar a los timbres de las casas para que le dejen entrar y predicar la palabra de Joseph Smith, fundador de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. McKinney es una antigua animadora deportiva. Ha ganado algún concurso de belleza de nivel medio, pero ahora ha atravesado el Atlántico y está en Ewell.
Cuando ambos se cruzan, ella saca una pistola y le encañona. Con la ayuda de un amigo, llamado Keith May, la mujer que ahora ha vuelto a hacerse famosa droga al misionero con cloroformo, lo mete en su coche y conduce cientos de kilómetros, hasta una finca alquilada del siglo XVII situada en Devon. Allí, el pobre mormón ve cómo lo encadenan a una cama, con una pierna esposada a cada esquina inferior del lecho. Durante días, McKinney le fuerza a tener sexo con ella, hasta que Anderson consigue escaparse y sale corriendo de la casa. La violadora dirá después que lo único que pretendía era tener un hijo, algo que no consiguió, de la misma forma que ahora solo quería a cinco cachorros que fueran idénticos a su queridísimo pitbull Booger, fallecido en el 2006.
DISFRAZADA DE MIMO
Aquí las cosas se ponen aún más extrañas. El misionero, recién salido de la cama de los horrores, alerta a la policía, que peina Devon y acaba dando con la mujer y su compinche. Mckinney pisa la cárcel, pero tres meses después sale en libertad provisional bajo fianza por su delicado estado mental. Y es entonces cuando vuelve a juntarse con su cómplice y los dos dejan el Reino Unido rumbo a Canadá disfrazados de mimos. Tres años más tarde es detenida en Utah, donde había regresado el misionero, por haberle acosado de nuevo.
Como recordaba ayer Ian Cobain en el Guardian, el suceso fue un "sue-
ño hecho realidad para los tabloides". "Un caso de esclavitud sexual mormona", tituló el Daily Mail. El Daily Mirror optó por el más literario "McKinney y el mormón encadenado". Pero la historia habría quedado ahí, como un suceso casi olvidado que escandalizó a los británicos tiempo atrás, de no ser porque hace una semana la mujer empezó a conceder entrevistas para hablar de sus flamantes cachorros clonados.
Los primeros que dieron con el nexo entre la oronda mujer que ahora besuqueaba a sus perros y la atractiva rubia que secuestró y violó a un misionero hace 30 años fueron los periodistas del Daily Mail.
"¿Es usted de verdad Joyce McKinney?", le preguntaron por teléfono.
"¿Me va a preguntar por mis perros o no? Porque solo estoy dispuesta a hablar de eso", contestó ella.
Los científicos surcoreanos que clonaron al pitbull le cobraron a McKinney 33.000 euros, un tercio de su tarifa normal, porque ella se prestó a difundir el exitoso experimento en los medios, pero es difícil que el laboratorio fuera consciente del tipo de publicidad que el asunto iba a traer consigo. McKinney podría ser ahora extraditada al Reino Unido.
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